Descienden las temperaturas, aumentan las ganas.

Tengo frío. Mi piel se eriza con la trivial caricia del viento mientras pienso que preferiría que me quemaras el alma a esta hipotermia que me congela los huesos. Pensaba que el paso del tiempo transformaría mis heridas en cicatrices que sólo se irritarían en momentos esporádicos de debilidad. Pero el tiempo no corre tan rápido si tú no estás comiéndote a besos cada centímetro de mi piel.

Cabe añadir que este invierno anticipado ha aumentado, si es posible, la cantidad de nostalgia que tenía almacenada en mi cuerpo. Y ahora me encuentro recordando el sabor de nuestras victorias y la incandescencia que suponían cada uno de tus abrazos.

Yo, que creía haber encontrado todos los constituyentes de la palabra “felicidad”  y haber desenmascarado el misterio de nuestra existencia, me siento extraviada cual náufrago sin posibilidad de supervivencia.

Y perdona si no me quedan fuerzas para parecer estoica, pero es difícil controlar tus sentimientos ecuánimemente  cuando prefiero la guerra contigo a este vacío que supone tu ausencia.

“Porque, a veces, se desprende más energía discutiendo con alguien a quien amas, que haciendo el amor con alguien a quien aprecias.” (Paulo Coelho)