lunes, 11 de febrero de 2013

Tras un invierno gélido, un corazón congelado.


Siempre había estado enamorada del frío y de su gélida forma de acariciarle las mejillas, ardientes después de cada noche de susurros en forma de canciones. Ya se sabía de memoria los estremecimientos, los versos y la guerra fría que existía entre lo que quería y lo que podía. Pero ese frío acabo aturdiéndola y acorazando cada ventrículo de ese órgano tan fracturado en el que todo el mundo quiere creer.

Ahora sólo desea que llegue esa perpetua primavera que vive en los ojos de aquellos valientes que se atreven a robar sonrisas ajenas y no romperlas después. Que se acaben las noches de insomnio y de insuficiencias cardíacas que acaban por matarte de ganas y por consumirte en palabras que nunca podrás decir.

Es tiempo de hacer acrobacias con hojas de papel y evitar las miradas que la obligan a bañarse en esos ojos marrones que tanto le gustan. Porque ahora sólo quiere ser ella. Sublime, sensible, culta y dulce; pero nunca delicada. Quiere leer poesía y que se le desgarre el alma; bailar y que realmente signifique soñar con los pies; sumergirse en las novelas que marcan a la humanidad y recordar qué es estar viva mientras vuela a contracorriente.

Quiere que la música contagie cada centímetro de su cuerpo para así sentirse libre y no tener que deber explicaciones a nadie. Ya lo advirtió Tchaikovsky cuando dijo que sin la música, habría más razones para volverse loco.

Porque ya no cree ni en Romeos ni en promesas insustanciales. Porque ya nadie hace el amor en medio de tanta guerra y follar sabemos todos.